Con helado ...
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Posted:Sep 28, 2012 12:23 pm
Last Updated:Sep 28, 2012 5:51 pm
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Hola, ahora me toca a mí, Diego. Debo decir que una de las cosas que más me gustan en el sexo, es que me la chupen. Mi variación preferida para fellatio, que ella tenga un par de cucharadas de helado en la boca mientras se traga mi verga. Alguien me dijo que era todavía mejor si ella tenía arroz en la boca, pero me da un poco de miedo que algún grano se pueda introducir por el orificio de mi pene... ¿Alguien lo ha hecho así? Espero que puedan decirme algo al respecto para ver si puedo quitarme el miedo de hacerlo... ¿Alguna voluntaria... ?  Bueno, mientras tanto seguiré con el helado. Si no lo probaste todavía, no pierdas más tiempo. Para el hombre es una sensación increíble, para la mujer, no lo se del todo bien, pero al menos sabrá a tu helado favorito.
Besitos
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Entre la fantasía y la realidad, prefiero el orgasmo
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Posted:Sep 27, 2012 5:41 pm
Last Updated:Nov 4, 2012 2:15 pm
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Hola, soy Vero. Mi ficha personal no es nada fuera de lo común. Soltera, 33 años, estudios universitarios completos, una carrera profesional que puede calificarse de exitosa, una posición económica aceptable. Un metro setenta y dos de altura, atlética, ojos negros, una melenita castaña llega a mis hombros. Sin modestia diré que creo que estoy bastante bien. Siempre he sido muy cuidadosa con mi alimentación y me mantengo muy en forma. Las tetas en su lugar, el culo firme, las piernas bien moldeadas. Si me preguntas, lo que realmente adoro de mí es mi espalda, con esa piel suave y delicada que se eriza con la primera caricia bien hecha. Bueno, también me gusta mucho mi boca. Quizá sea por eso que me fijo tanto en los hombres de labios carnosos. Como sea, hoy tuve un día terrible, a tono con lo que me viene pasando, pero ahora ya estoy mucho más relajada, recostada en mi cama, con mi laptop sobre mis muslos y mi copa de malbec en la mesita de noche. Acabo de salir de la bañera. El agua tibia, las sales de baño, la música. Solo mi cabeza fuera del agua, ojos cerrados. No pude evitar pensar en el trabajo. Otra vez el imbécil de González había arruinado el esfuerzo de todo un día. Me puso furiosa. Recordé detalladamente mis gritos y reclamos. -Una vez más -le dije-, una vez más y vas a tener que buscarte otro trabajo. Uno a uno el resto de los empleados se fueron yendo, pero le dije a González que no se moviera de la oficina hasta que no solucionara el problema que había causado. Le recriminé que ya no podía comportarse así, que debía trabajar con más compromiso, que a pesar de sus veinticuatro años, ya no era un nene. -¡Es hora de que te portes como un hombre!, le grité. Di media vuelta y salí al pasillo a paso ligero. Bajo el agua, mis manos habían comenzado a rozar mis pechos y, en ese instante del recuerdo, mi mente realizó algunas variaciones en la realidad. González saltó de la silla y dando dos largas trancadas impidió que saliera de la oficina, abalanzándose sobre la puerta por encima de mi hombro. Con su mano izquierda dio el portazo y su boca quedó pegada a mi oído, jadeante por el pequeño pero imprevisto esfuerzo físico. Antes de que yo pudiera decir nada, con su brazo derecho me rodeó por la cintura y me apretó contra él. Pude sentir su verga tiesa bajo el pantalón, latiendo contra mí. La sorpresa me había impedido decir nada. Grité, pero su mano izquierda ahogó mi pedido de auxilio y un susurro de González me dijo: -Nadie puede escucharte y voy a hacer con vos lo que yo quiera. Sentí pánico, sabía que estaba a su merced. Bajo el agua tibia de la bañera mis pezones habían endurecido y una de mis manos ya jugaba entre mis piernas. González quitó su mano de mi boca y, por debajo de mi blusa, llegó a mis tetas desnudas. Su boca besaba mi cuello con desesperación y con su otra mano levantó mi pollera hasta mis caderas, arrastrando su mano por el interior de mis muslos, con fuerza, hundiendo sus dedos en mi carne. Grité que me dejara, forcejeé, quise librarme, pero mis esfuerzos fueron inútiles. Sus brazos eran fuertes y sus instintos feroces. Dejó mis senos subiendo su mano -siempre por debajo de mi blusa- hasta agarrar mi mandíbula. Inmovilizó mi cabeza, acercó sus labios a mi oído y me dijo: -Hacé lo quieras, ahora sos mía. En la bañera mis dedos lograban entrar y salir con bastante facilidad. En mi imaginación, la humedad también había llegado a mi entrepierna, yo la sentía en mi piel, González la percibía en el aire. El perfume de mi excitación ocupaba la atmósfera de la oficina. Me arrastró hasta el escritorio. No fue necesaria ninguna escena de película en la que vuelan papeles y lapiceros, todo estaba vacío. Siempre desde detrás de mí, me quitó la blusa y besó mi espalda enloquecidamente. Cuando llegó al fin, corrió mi tanga hacia un costado y probó mi jugo, jugando con su lengua entre mis pliegues ardientes. Se puso de pié. Una mano sobre mi cuello y otra en mi espalda. Me obligó a doblarme. Mi rostro desfigurado, mis tetas de pezones erectos y mi vientre tembloroso, todo apretado con fuerza contra el escritorio. Una mano de dedos fuertes como una garra impedía que moviera mi espalda, la otra estaba entre mis piernas, acariciando mis muslos, apretando mi carne. Chupó sus dedos y los llevó a mi vagina. Unos segundos después sentí penetrar en mí su dura verga. Primero un poco, luego hasta la mitad y en un tercer empujón sentí su pubis contra mi culo. Instintivamente cerré con fuerza los ojos, mordí mi labio inferior casi hasta sangrar, agarré con fuerza los bordes del escritorio. Rogué que me dejara, grité que no podía hacerme eso, que era su jefa y lo haría despedir y encarcelar. Respondió que primero iba a tener que sentir como me cojía. De todos modos, ni siquiera yo misma tomaba en serio mis palabras. La intensidad de las estocadas fue creciendo, cada vez más rápidas, siempre profundas. Su pubis contra mi culo, apretando con fuerza, movimientos circulares, de aquí para allá, mi corazón acelerado, mi boca abierta y en silencio, sus manos apretando mis caderas, su verga dura dentro mío, su mano agarrándome de la melena, él preguntando si ahora yo lo creía un hombre, otra vez entrando y saliendo, más rápido, más lento, más profundo, otra vez quieto, de nuevo en círculos, entrando y saliendo, ahora casi maquinalmente, con fuerza, con violencia, sus manos tomándome por los muslos, mi boca gimiendo, resoplando, no pares por favor que voy a volverme loca, el fuego bajando por mi vientre, mi sexo se volvió una hoguera, una descarga eléctrica sacudió mi cuerpo arrancando un sonido gutural a mi garganta. Bajo el agua tibia mi cuerpo se crispaba, se retorcía, mi espalda arqueada llevó a mis pezones a la superficie, mi mano libre se aferró desesperadamente al borde de la bañera. Sollocé, algunas lágrimas rodaron por mi mejilla, González fue deteniéndose lentamente. Mis piernas temblaban, mis rodillas no podían sostenerme. Seguí derribada sobre el escritorio. González se fue: -Tuviste lo que te merecías, me dijo. Abrí los ojos: -No creo haber merecido tanto, pensé.
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